martes, 30 de octubre de 2012

Maestros


Ayer murió uno de los mejores profesores que he tenido en mi vida, me ha dado mucha pena, y me ha hecho pensar en lo importantes que son las personas que logran ganarse tu admiración. Igual un día escribo sobe él, por que se podría escribir mucho y muy bueno sobre él. Sin embargo hoy me apetece transcribir aquí el final de una clase que recibí hace no mucho y que está relacionado con el mundo de las emergencias. Espero que os guste, y sobre todo espero no cambiar demasiados detalles de la historia original, que por cierto es verídica.


La clase estaba terminando, no habría otra ocasión para volver a ver a aquella gente que en un futuro, si todo salía bien compartirían profesión, a pesar de que las cosas estaban bastante complicadas, pero era realmente complicado que volviese a coincidir con muchos de los que allí estaban sentados escuchándole.
Las cuatro horas del cursillo habían sido intensas y había tratado de hacerlas divertidas, sin embargo lo que tocaba ahora era algo más serio. Sabía llegar a la gente cuando hablaba y se disponía a hacerlo, se sentó en la mesa del profesor y dejó colgando sus piernas. El tono de su voz también varió ligeramente y la atención de todos viró hacia el enfermero.
  • Os voy a contar cómo fue mi primer día en este trabajo. Acababa de terminar el máster de experto en enfermería de urgencias. En la primera guardia, en nuestro primer aviso fuimos a un accidente de tráfico en una carretera comarcal de Guadalajara. Estaba nervioso y tenía bastante miedo, pero iba decidido a cumplir con mi función de enfermero. Cuando paró la ambulancia salí con un catéter en la mano, me dirigí al primer coche que vi, abrí la puerta del copiloto y cogí el brazo de la señora que estaba allí sentada. Encontré rápidamente la vena e introduje el catéter. Ya está había hecho lo que sabía hacer y había cumplido con mi función, cuando me di la vuelta para conectar el suero y fijar la vía, me di cuenta de que mis compañeros estaban todavía cogiendo material en la ambulancia y que me había precipitado y no podía soltar a la mujer hasta que llegasen, por haber caído en lo que me habían repetido mil veces mientras me formaba. Cuidado con la visión en túnel.
    Cuando terminamos el aviso mis compañeros estaban comentando, “Jo macho, vaya accidente, ¿habéis visto cómo se había quedado el coche rojo?”. En ese momento me di cuenta de lo mal que me había desenvuelto en aquel aviso y todo lo que me quedaba por aprender. Yo no vi ese coche rojo durante los 20 minutos que pudimos pasar en la escena del accidente. De nuevo visión en túnel.
    El siguiente aviso que le entró a mi UVI fue otro tráfico, esta vez con más víctimas y de peor pinta. Entre las víctimas una niña pequeña que atendimos en la ambulancia. Es algo que espero que tardéis en encontraros por que atender a un niño no es igual que a un adulto. Yo estaba muerto de miedo y me temblaban las manos, mientras atendían a su padre fuera, con muy mal pronóstico, nosotros nos disponíamos a poner un calmante a la pequeña. El médico que trabajaba conmigo me pidió la dosis y yo la preparé. Ambos estábamos muy nerviosos. En ese momento entró en la ambulancia otro médico del servicio que trabajaba en el helicóptero, que había venido por que era necesario hacer un traslado urgente. Era una persona que transmitía serenidad y confianza. Nos preguntó y le contamos el estado de la paciente y que estábamos a punto de ponerle el calmante. El médico miró la jeringuilla que íbamos a poner en el suero y con mucha suavidad y tacto, nos preguntó que de cuánto eran las ampollas en las que nos suministraban aquella medicación.
    Busqué en el montón de deshechos y me di cuenta de qué me había equivocado y había cogido otra medicación, por culpa de los nervios. El médico lo sabía, y muchos otros en esa situación se hubiesen enfadado o hubiesen gritado ante semejante error. Pero él no, con toda su tranquilidad hizo que nos diésemos cuenta del error y dirigió la intervención con total tranquilidad.
    Cuando el helicóptero se llevó a la niña para trasladarla, y esto que me pasó os juro que fue así, un oso de peluche de la niña empujado por el viento de las hélices rodó hasta mis pies. Como en las jodidas películas. Me agaché y lo cogí y me quedé como un pasmarote con el peluche en las manos mirando como se iba el helicóptero. La madre de la niño vino hacia mi, seria, inexpresiva, con una lágrima en la mejilla y sin decir absolutamente nada me quitó el oso de las manos se dio la vuelta y se fue.
    Cuando llegué a la ambulancia les dije a mis compañeros “Yo no sé si esto es normal, pero necesito llorar”. Ellos me dejaron pasar a la ambulancia y me dijeron que no me preocupase y que me desahogase.
    Os juro que no recuerdo nada más del resto de la guardia, se que hicimos más avisos pero mi mente desconectó.
    Aquella noche, cuando llegué a casa, desquedé con las personas con las que había quedado y me agarré una borrachera monumental. A la mañana siguiente tuve una reunión importante conmigo mismo. ¿De verdad quieres trabajar de esto? ¿Crees que vas a poder con ello? Aquel día decidí que yo quería tener el dominio de la situación que tuvo el médico del helicóptero en mi primera guardia. Y a ello me puse.
    Años más tarde, en un tráfico, atendí a un chaval joven que se había atrapado las piernas en su coche y no podía salir. Estuve en todo momento con él y conseguimos conectar bien, algo importantísimo para trabajar con pacientes, y más si estaban tan asustados cómo aquel. Cuando los bomberos retiraron parte del amasijo de hierros pudimos ver como uno de los amortiguadores del coche se le había incrustado en el músculo de la pierna, y me dijo “¡Mira Dani tío, Mira!” No sabéis lo importante que es que te llamen por tu nombre y que llegase a confiar en mi de la forma en la que lo estaba haciendo, por que la frase siguiente que vino era más necesaria que nada y no podría haber surtido efecto si no hubiésemos forjado esa intimidad entre los dos durante la hora que estuvimos esperando a que los bomberos le escarcelaran. “No te preocupes tío, que eso es chapa y pintura, no te ha afectado a nada serio, de verdad que es chapa y pintura”
    En ese momento me di cuenta de que ya dominaba las situaciones de emergencia como aquel médico que me enseño tanto con su forma de proceder.
    Meses después coincidí en otro aviso con él. No me lo podía creer, pero allí estábamos otra vez trabajando mano a mano, esta vez con una tranquilidad y profesionalidad que solo la experiencia y una buena reflexión me podían haber dado. Cuando terminamos el aviso me acerqué y le dije que me diese su correo, que tenía que escribirle algo.
    En casa le conté todo lo que había pasado y cómo había influido en mi vida su forma de actuar aquella mañana.

Sin duda fue un gran final de clase y una bonita lección.


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