lunes, 13 de mayo de 2013

Monstruos


Esta mañana me desperté y no vi a nadie, me tomé un café y salí de casa. Un whatsapp de buenos días fue el contacto social que tuve.
El conductor del autobús no me devolvió el “buenos días” que acostumbro a dar, ni tampoco dijo nada la chica a la que sujeté la puerta del metro de Gregorio Marañón. Iría con prisa a la facultad de Industriales.
El portero del edificio donde trabajo, que suele preguntarme que tal me va, no estaba hoy.
En la oficina un cortés buenos días y a penas tres o cuatro frases cruzadas con mis compañeros sobre temas de trabajo.
Varias conversaciones por el chat de gmail, por whatsapp, un email, comentarios en fb y de vuelta a la calle a buscar un sitio donde ir a comer. Solo.
Me planteo incluso sentarme a comer con un anciano que está en una mesa cercana a mi mientras come y lee el periódico. Pero me parece exagerado y su mujer llega justo a tiempo para sentarse con él y quitarme semejante idea de la cabeza.
Los camareros, muy eficientes en su trabajo, todo sea dicho, tampoco podían atender mis ansias de conversación. Ni si quiera para decirme cual era su opinión sobre si la tarta de queso era mejor que la de chocolate. Al final la de queso no estaba tan mal.
De vuelta a la oficina. Ya no queda nadie en ese piso que hora tras hora va convirtiéndose en un horno.
Intento verme un capítulo de una serie, no es una conversación, pero puede ser un buen sustituto, pero no carga los vídeos largos. Así que empiezo con el trabajo.
Mientras pasa el tiempo espero impaciente que venga la señora de la limpieza, que raja por los codos, y alguna tarde que me he quedado a adelantar trabajo no ha parado de hablar durante la hora que pasa en la oficina.
Suena el telefonillo. Una mujer que tiene una reunión con un tal Pedro. La abro y que suba. No me suena que haya reunión hoy, pero por aquí pasa tanta gente que nunca se sabe.
  • Pasa, imagino que llegarán enseguida.
  • Si, había quedado a las 17.00 y llego 20 minutos antes.
  • Perfecto pues entra y espera en el salón. ¿Quieres un café?
  • No gracias, ya espero aquí.

Otra negativa de posibilidad de conversar con alguien. Me voy a trabajar y a las 17.30 me acerco a preguntarle a la mujer: ¿Exactamente con quién has quedado?

Después de llamar por teléfono y darse cuenta de que se ha equivocado de piso, me devuelve el teléfono y sin mediar palabra se da la vuelta y se marcha.

La hora siguiente es especialmente aburrida porque ni siquiera consigo concentrarme en el trabajo y no avanzo nada de lo que tengo que hacer. Me quiero ir a casa. Allí también estaré solo, pero al menos puedo tocar música.
Me giro y me miro en el espejo que queda a mi izquierda. Tengo la cara quemada por el fin de semana en la sierra y he descuidado la barba que ya está algo larga. Eso unido a mis greñas y a mi ropa rota y cochambrosa de siempre me da un aspecto de naufrago que resulta bastante insultante dada la situación del día.

Desisto, ya ni siquiera me apetece dar otra oportunidad a una ciudad que tiene tanta gente y es capaz de hacer sentir tan solos a tantos. Vuelvo para casa a meterme en mi agujero, mi rincón del mundo donde nadie entra si yo no lo permito, y no sujetaré la puerta a nadie en el metro ni saludaré a los conductores de autobús. Lo has conseguido Madrid, por hoy me has convertido en uno de tus monstruos. 



Pero solo por hoy...