martes, 21 de agosto de 2012

El pueblo que nunca duerme

Los habitantes del pueblo de Víctor tenían todas las noches sueños fantásticos, volaban en sus coches, las ciudades se convertían en inmensos jardines en los que siempre olía bien y se podía vivir dentro de los árboles, siempre sonaba una melodía de fondo que recordaba a campanas tañendo desde lejos y que a todo el mundo parecía poner de buen humor.
En los sueños a los habitantes del pueblo de Víctor les ocurrían cosas maravillosas, si estaban enamorados esa noche terminaban haciendo el amor con la persona deseada, si estaban ilusionados con algún proyecto en sus sueños se cumplía y mejoraba las expectativas iniciales, y si tenían ansias de vivir aventuras siempre había algún dragón que matar o un tesoro incalculable escondido por piratas que encontrar y desenterrar en alguna peligrosa caverna.
A la mañana siguiente todos los habitantes del pueblo de Víctor se encontraban bien y se podría decir que eran felices por que recordaban perfectamente sus sueños y a nadie se le ocurría la locura de trasnochar y perder las valiosas horas de felicidad que les aportaba la noche.
Una noche una joven llegó al pueblo, era muy guapa y cargada de energía, y sobre todo era muy curiosa y preguntaba por todo. Nada la detenía hasta que no satisfacía sus deseos de conocer aquello la intrigaba. Así había llegado al pueblo al escuchar una conversación de dos ancianos que aseguraban que existía un lugar donde todos los habitantes eran realmente felices.
Cuando cayó la noche todas las personas del pueblo se fueron a dormir, todo quedó en silencio, y a lo lejos, en la última casa del pueblo, subiendo la cuesta más empinada que había, se escuchaban a cada rato unos golpes de martillo, o una sierra cortando. La muchacha subió corriendo a ver que era lo que ocurría movida por su curiosidad y no paró hasta que encontró una ventana abierta por la que se coló en la casa sin vacilar.
Una vez exploró la casa bajó al sótano, de donde provenían los golpes. La habitación era una especie de taller de trabajo con unas pequeñas ventanas en la parte alta de la pared. Allí Víctor amasaba y pulía una sustancia blanquecina, quizá gris, pero que brillaba con fuerte intensidad e iluminaba la habitación. El brillo que desprendía aquella cosa proyectaba imágenes en la pared en la que se podían ver a los habitantes del pueblo viviendo y disfrutando de situaciones maravillosas.
La muchacha entendió todo perfectamente, Víctor era el causante de las ensoñaciones de la gente de su pueblo, y no solo eso si no que además había descubierto de donde provenían los sueños pues aquello que estaba fabricando y puliendo no podía ser otra cosa que una estrella.
Esperó escondida un rato más para ver que hacía y se sorprendió muchísimo cuando vio que Víctor levantaba la estrella con mucho cuidado, abría las pequeñas ventanas del sótano y la dejaba flotar como si fuese una pompa de jabón que subía hasta el cielo.
La chica volvió a casa de Víctor dos noches después, estaba intrigada y tenía muchas preguntas que hacerle. Pero esta vez llamó al timbre de su casa en cuanto se hizo de noche. Víctor asustado por ser la primera vez en muchos años que alguien estaba despierto en el pueblo mientras no había sol, abrió la puerta despacio y en su mente quedó grabada para siempre la imagen de la muchacha sonriendo bajo el cielo estrellado más bonito que jamás había visto.
  • Vamos, es hora de que veas todo lo que has dejado allí arriba y de que tú también sueñes.
Aquella noche la pasaron en vela fabricando sus propios sueños bajo las estrellas, se contaron como les gustaría que fuera el mundo, inventaron historias y cuentos para arreglar las almas de las personas tristes y poco a poco se vinieron a enamorar.
Por la mañana los habitantes del pueblo de Víctor estaban desconcertados, no recordaban haber soñado nada y una nota escrita con una extraña tinta plateada se encontraba metida en todos los buzones de las casas. “Si queréis recuperar vuestros sueños, esta noche no os vayáis a dormir, id bajo las estrellas acompañados de alguien especial”
Y así fue como los habitantes del pueblo de Víctor, desde aquella noche en adelante salen a ver las estrellas en cuanto anochece y a hablar sobre como podría ser mejor el mundo. Y sorprendentemente no necesitan dormir, y sorprendentemente siguen siendo el pueblo más feliz del mundo.



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