viernes, 1 de junio de 2012

Tormenta marina


Fueron tres horribles días luchando contra el mar. La lluvia que le empapaba, el viento gélido nocturno que venía desde lugares lejanos e inalcanzables que golpeaba sus manos desnudas y mojadas haciendo que un dolor intenso le impidiese agarrar las cuerdas y aparejos del barco, inmensas olas que parecían doblar el mar en dos y que zarandeaban el pequeño barco casi hasta volcarlo pero sin llegar a hacerlo nunca, como si fuesen un matón de patio de recreo que no deja en paz a su víctima pero la mantiene a flote para poder seguir torturándola y la niebla se espesaba impidiendo que pudiese ver más allá del pequeño infierno que le rodeaba y nublando sus ánimos. Tres días en los que apenas comió ni bebió y prácticamente no pudo dormir nada. Tres días en los que cualquiera hubiese desistido y se hubiese rendido. Pero cuando una persona con alma de marinero se propone llegar a algún sitio no se rinde nunca. Le pasa también a los alpinistas que no pueden desistir hasta haber coronado cima, le ocurre a los trapecistas hasta que no logran hacer perfecto ese salto mortal.
Durante tres días no desistió y luchó contra un enemigo al que no podía vencer, porque tenía que hacerlo, porque había nacido para lograrlo, porque sabía que ella le estaba observando, y si no era así no importaba porque imaginaría que le estaba acompañando, porque en su mente le hablaban todos sus compañeros y sus amigos y no podía defraudarles.
Cuando la tormenta pasó el pequeño barco se encontraba muy dañado, deslizándose suavemente sobre las aguas en calma de un océano inmenso en el que no se veía fin por ningún horizonte. Lo había logrado, no sabía donde estaba, pero lo había logrado, ahora era todo calma y soledad. Y cuando por fin estuvo seguro de que realmente estaba solo, en un rincón del mundo donde nadie podría saber jamás que pasa, entonces se armó de valor una vez más y lloró por todas las cosas por las que nunca había podido llorar.


No hay comentarios: