Y perdí los papeles, el buen camino.
Perdí la vergüenza y medio sentido.
Y entré en la conciencia de la locura.
Con cierta ternura maté mis miedos
engrasé mi armadura y mi cerebro
y bebí en la fuente de la tristeza
Y pieza a pieza fabriqué mi mundo
asumí consecuencias y eché a rodar
entre flores risueñas del bien y del mal.
Lo peor no es tener que volver a pasar por este proceso, que ya
conozco y aunque parezca la única opción no es agradable y lo
considero anti-yo. Tampoco es tener que volver a pasar este necesario
tiempo solo; de distancia; de no echar más leña al fuego. Ni es el
esfuerzo por contenerme que voy a tener que hacer a diario.
No es el miedo a no saber salir del hoyo y que consuma mis fuerzas
para todo lo demás. Lo peor tampoco es ir descubriendo y teniendo la
certeza de que las sospechas se hacen realidad, que cada vez está
más lejos y es más difícil que esto desemboque en donde yo quería.
No es asumir que todo aquello que había montado en mi cabeza, y que
tenía la sensación de que podía ser tan grande y salir tan bien,
ahora se me escapa entre los dedos.
Tampoco la peor parte es volver a esperar a que aparezca alguien
que realmente me remueva y me motive a ser alguien que me gusta más
que quien soy ahora. Ni inevitablemente comparar cada vez que
aparezca.
La peor parte no va a ser saltarme un poco mis normas para
encontrar alivio en ser algo gamberro y levemente autodestructivo.
“Perder los papeles” que dice el de Sínkope. (Nadie se preocupe,
si luego me acojono).
Lo peor no va a ser digerirlo sin nadie cerca en quien pueda
apoyarme y que sepa lanzar las palabras duras y oportunas desde un
amor que tenga la certeza de que existe. Al menos no en persona. Al
menos no lo creo por el momento. Ya se verá.
Lo peor de todo esto no va a ser no malinterpretar gestos otra
vez, ni sensaciones, y cristalizar una amistad para que salga a flote
basándola en la tristeza de lo que no ha sido. Ni luchar contra la
sensación irracional, pero que está ahí y es devastadora, de que
hace muchos años que nada de este plano me llega a satisfacer. Bien
por mis actuaciones o bien por simple mala suerte. Aún no lo sé. Y
eso me desquicia. Pero no es lo peor de todo.
Tampoco va a ser fácil hacerme a la idea de que tengo que
comprender y entender las reacciones que los demás cuando ni
siquiera tengo claro si se me entiende a mí. No me apetece y no va a
ser fácil. Pero tampoco es lo peor de todo.
El miedo a no saber ser distante para protegerme sin ser
desagradable tampoco es lo peor. Ni siquiera aceptar el consejo que
tantas veces me han dado y que odio tanto por que vuelve todo mucho
más feo: “No esperes nada de nadie”.
Lo peor no es asumir que unas veces se gana y otras se pierde, y
que yo he vuelto a perder y que estoy cansado de perder los partidos
que más me importan.
No. No es todo eso. Para todo eso creo que tengo fuerzas aún.
Lo peor es la sensación de no aprender nunca. De habérmelo
olido, de haber visto el precipicio claramente y enorgullecerme de mi
estupenda pericia en estas situaciones, que ha resultado no serlo
tanto, y arrojarme a darme un ostiazo que era totalmente innecesario.
Lo peor es tener la certeza de que dentro de unos años cuando revise
este blog y me relea porque estoy triste seguramente sea por la misma
causa. Lo peor es saber que la única palabra que define al que no
aprende tras tantos palos es “idiota”. Lo peor es que no sé
construir armaduras porque no me gusta y tener que darle la razón a
los que se la ponen habitualmente. A veces es necesario. Aunque me
joda.
Lo peor va a ser volver a quererme cuando me hago estas cosas.
Así que estas son las directrices. A partir de ahora, pieza a
pieza.
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