Lo peor de dormir en la calle no es
cuando dejas de sentir los miembros por el frío, no, ahí solo
aparece la preocupación por lo que te está ocurriendo, pero a quien
no tiene ya nada que perder es algo que no importa demasiado. Lo peor
de todo viene después, cuando poco a poco el sol de invierno vuelve
a calentarte las manos, la cara y los pies y un millón de agujas
despiadadas empiezan a agujerearte la piel que antes estaba
insensible.
Es en ese momento cuando el vino o
alguna botella de algo más fuerte recuperada de los jóvenes que
beben en la calle los fines de semana es lo único que puede hacer
que el sol no sea una tortura durante esas horas. Y ¿Por qué no?
También es una forma agradable de afrontar el día que se presenta
por delante.
Hoy a nevado, ha caído una nevada como
hacía años que no se veía en Madrid, por la calle hay niños
jugando y tirándose en la nieve virgen. Me fijo especialmente en una
pareja de adolescentes, deben tener 15 o 16 años, y ella le acaba de
tirar una bola de nieve a él en la cabeza, como respuesta el chico
sale corriendo y la tira al suelo tumbándose encima de ella, después
riéndose y empapados se besan. Hubo un tiempo en el que este tipo de
cosas me sacaban una sonrisa, e incluso las había llegado a hacer,
ahora me da asco, asco y rabia y noto como se genera en mi un odio
profundo hacia esos dos imbéciles que retozan mojados sobre la
nieve. Por las caras que ponen cuando paso a su lado imagino que el
sentimiento debe ser mutuo, así que al igual que al dolor que
provocan los primeros rayos de sol de la mañana, lo dejo pasar, sigo
caminando y dejo que el problema fluya hasta quedar más allá de mis
espaldas y lo olvido. Ese es el verdadero significado de la palabra
vagabundo.
Cuando hay una nevada la gente se pone
contenta, disfruta de la novedad y experimenta sensaciones que
normalmente no tiene a su alcance. Nosotros, los habitantes de las
calles también experimentamos sensaciones nuevas, sobre todo la
noche anterior a la nevada y los dos o tres días siguientes. La
noche anterior por que el frío es intenso como nunca, se mete en los
huesos y produce un dolor intenso en todas partes que hace imposible
poder dormir. Manuel lo sabía, y anoche no pudo con ello, decidió
saltar la mampara de plástico que no protege el viaducto y acabó
con todo lo que le molestaba. No suelo encariñarme mucho con nadie,
llevando esta vida no debes hacerlo, pero Manuel no era mala persona.
Los dos días después a la nevada,
para mi son los peores, retorna una sensación de desesperanza
similar a la que se siente cuando empiezas a vivir esta situación.
Porque no hay ningún maldito sitio en el que apoyar el culo, la
cabeza o dejar los pies sin mojarte y sin estar encerrado con otras
20 o 30 personas que huelen a no haber visto una ducha en meses.
En esos momentos odias, odias a Manuel
por haber tirado la toalla, odias a los jovenes que se dejan las
botellas a medias por derrochadores y vividores, odias a las parejas
de adolescentes que juegan a amar creyendo saber lo que es el querer
y odias a los niños que se mojan por diversión sin preocuparse de cómo van a secar su ropa.
Pero no importa porque se cómo dejar
los problemas detrás y entonces comienzo caminar.
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