lunes, 24 de septiembre de 2012

Acera de invierno


Lo peor de dormir en la calle no es cuando dejas de sentir los miembros por el frío, no, ahí solo aparece la preocupación por lo que te está ocurriendo, pero a quien no tiene ya nada que perder es algo que no importa demasiado. Lo peor de todo viene después, cuando poco a poco el sol de invierno vuelve a calentarte las manos, la cara y los pies y un millón de agujas despiadadas empiezan a agujerearte la piel que antes estaba insensible.
Es en ese momento cuando el vino o alguna botella de algo más fuerte recuperada de los jóvenes que beben en la calle los fines de semana es lo único que puede hacer que el sol no sea una tortura durante esas horas. Y ¿Por qué no? También es una forma agradable de afrontar el día que se presenta por delante.
Hoy a nevado, ha caído una nevada como hacía años que no se veía en Madrid, por la calle hay niños jugando y tirándose en la nieve virgen. Me fijo especialmente en una pareja de adolescentes, deben tener 15 o 16 años, y ella le acaba de tirar una bola de nieve a él en la cabeza, como respuesta el chico sale corriendo y la tira al suelo tumbándose encima de ella, después riéndose y empapados se besan. Hubo un tiempo en el que este tipo de cosas me sacaban una sonrisa, e incluso las había llegado a hacer, ahora me da asco, asco y rabia y noto como se genera en mi un odio profundo hacia esos dos imbéciles que retozan mojados sobre la nieve. Por las caras que ponen cuando paso a su lado imagino que el sentimiento debe ser mutuo, así que al igual que al dolor que provocan los primeros rayos de sol de la mañana, lo dejo pasar, sigo caminando y dejo que el problema fluya hasta quedar más allá de mis espaldas y lo olvido. Ese es el verdadero significado de la palabra vagabundo.
Cuando hay una nevada la gente se pone contenta, disfruta de la novedad y experimenta sensaciones que normalmente no tiene a su alcance. Nosotros, los habitantes de las calles también experimentamos sensaciones nuevas, sobre todo la noche anterior a la nevada y los dos o tres días siguientes. La noche anterior por que el frío es intenso como nunca, se mete en los huesos y produce un dolor intenso en todas partes que hace imposible poder dormir. Manuel lo sabía, y anoche no pudo con ello, decidió saltar la mampara de plástico que no protege el viaducto y acabó con todo lo que le molestaba. No suelo encariñarme mucho con nadie, llevando esta vida no debes hacerlo, pero Manuel no era mala persona.
Los dos días después a la nevada, para mi son los peores, retorna una sensación de desesperanza similar a la que se siente cuando empiezas a vivir esta situación. Porque no hay ningún maldito sitio en el que apoyar el culo, la cabeza o dejar los pies sin mojarte y sin estar encerrado con otras 20 o 30 personas que huelen a no haber visto una ducha en meses.
En esos momentos odias, odias a Manuel por haber tirado la toalla, odias a los jovenes que se dejan las botellas a medias por derrochadores y vividores, odias a las parejas de adolescentes que juegan a amar creyendo saber lo que es el querer y odias a los niños que se mojan por diversión sin preocuparse de cómo van a secar su ropa.
Pero no importa porque se cómo dejar los problemas detrás y entonces comienzo caminar.


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