lunes, 2 de febrero de 2015

Lo peor de todo es

Y perdí los papeles, el buen camino.
Perdí la vergüenza y medio sentido.
Y entré en la conciencia de la locura.


Con cierta ternura maté mis miedos
engrasé mi armadura y mi cerebro
y bebí en la fuente de la tristeza


Y pieza a pieza fabriqué mi mundo
asumí consecuencias y eché a rodar
entre flores risueñas del bien y del mal.



Lo peor no es tener que volver a pasar por este proceso, que ya conozco y aunque parezca la única opción no es agradable y lo considero anti-yo. Tampoco es tener que volver a pasar este necesario tiempo solo; de distancia; de no echar más leña al fuego. Ni es el esfuerzo por contenerme que voy a tener que hacer a diario.
No es el miedo a no saber salir del hoyo y que consuma mis fuerzas para todo lo demás. Lo peor tampoco es ir descubriendo y teniendo la certeza de que las sospechas se hacen realidad, que cada vez está más lejos y es más difícil que esto desemboque en donde yo quería. No es asumir que todo aquello que había montado en mi cabeza, y que tenía la sensación de que podía ser tan grande y salir tan bien, ahora se me escapa entre los dedos.
Tampoco la peor parte es volver a esperar a que aparezca alguien que realmente me remueva y me motive a ser alguien que me gusta más que quien soy ahora. Ni inevitablemente comparar cada vez que aparezca.
La peor parte no va a ser saltarme un poco mis normas para encontrar alivio en ser algo gamberro y levemente autodestructivo. “Perder los papeles” que dice el de Sínkope. (Nadie se preocupe, si luego me acojono).
Lo peor no va a ser digerirlo sin nadie cerca en quien pueda apoyarme y que sepa lanzar las palabras duras y oportunas desde un amor que tenga la certeza de que existe. Al menos no en persona. Al menos no lo creo por el momento. Ya se verá.
Lo peor de todo esto no va a ser no malinterpretar gestos otra vez, ni sensaciones, y cristalizar una amistad para que salga a flote basándola en la tristeza de lo que no ha sido. Ni luchar contra la sensación irracional, pero que está ahí y es devastadora, de que hace muchos años que nada de este plano me llega a satisfacer. Bien por mis actuaciones o bien por simple mala suerte. Aún no lo sé. Y eso me desquicia. Pero no es lo peor de todo.
Tampoco va a ser fácil hacerme a la idea de que tengo que comprender y entender las reacciones que los demás cuando ni siquiera tengo claro si se me entiende a mí. No me apetece y no va a ser fácil. Pero tampoco es lo peor de todo.
El miedo a no saber ser distante para protegerme sin ser desagradable tampoco es lo peor. Ni siquiera aceptar el consejo que tantas veces me han dado y que odio tanto por que vuelve todo mucho más feo: “No esperes nada de nadie”.
Lo peor no es asumir que unas veces se gana y otras se pierde, y que yo he vuelto a perder y que estoy cansado de perder los partidos que más me importan.
No. No es todo eso. Para todo eso creo que tengo fuerzas aún.
Lo peor es la sensación de no aprender nunca. De habérmelo olido, de haber visto el precipicio claramente y enorgullecerme de mi estupenda pericia en estas situaciones, que ha resultado no serlo tanto, y arrojarme a darme un ostiazo que era totalmente innecesario. Lo peor es tener la certeza de que dentro de unos años cuando revise este blog y me relea porque estoy triste seguramente sea por la misma causa. Lo peor es saber que la única palabra que define al que no aprende tras tantos palos es “idiota”. Lo peor es que no sé construir armaduras porque no me gusta y tener que darle la razón a los que se la ponen habitualmente. A veces es necesario. Aunque me joda.
Lo peor va a ser volver a quererme cuando me hago estas cosas.
Así que estas son las directrices. A partir de ahora, pieza a pieza.

lunes, 26 de enero de 2015

La hora bruja

La hora bruja me pilló en la calle. En el momento justo en que miraba el reloj las manecillas apuntaban al 12 y el segundero se alineó en el momento preciso en que miraba a la esfera. Como si de una brújula que me estuviese diciendo algo se tratase.
Y yo, que soy un romántico, escéptico solo en la fachada, miré al cielo buscando mi Estrella Polar para terminar encontrando al primer golpe de vista la constelación de Orión.
En ese momento Quique canta “polvo en el aire. Mi estrella fugaz, mi amiga” solo para mi.

La hora bruja me pilló en la calle, el cielo estaba claro como nunca y la guitarra acústica le ponía banda sonora a ese momento. Y tu... tu no estabas aquí.



domingo, 18 de enero de 2015

Mirada de daltónico


Los colores no existen, para ti al menos no existen en la realidad. Son un constructo que hemos inventado para poder describir una propiedad de los materiales. La longitud de onda con la que reflejan los rayos de sol que golpean contra ellos.
Seguro que hay máquinas en los laboratorios de física que miden con una precisión asombrosa el espectro de luz reflejado por un objeto. Seguro que esas máquinas se llama “espectómetros” u otro nombre parecido que asuste aún más que ese. Seguro que esas máquinas son capaces de definir a cuantos hertzios exactos debe vibrar la onda del rayo para poder considerar roja a esa nariz de payaso que aparece sistemáticamente en tus bolsillos, entre los instrumentos de música o entre los aparejos de tabaco que pueblan todas las mesas de esta casa. Roja, exactamente roja y no un poco marrón o un poco verde según sea la luz del sol o la bombilla cutre del pasillo la que la ilumine.
Y es que para mal o para bien tu no puedes ver las cosas del mismo color que los demás. A lo mejor por eso te has preocupado tanto por intentar entender lo que ven los demás. Quizá sea por eso que para ti, aunque no existan los colores y tu vara de medir funciona mal, justo por eso, los colores son importantes. Porque explican muchas cosas.
Explican por ejemplo que no diferenciarlos te hiciese encontrarte muy cómodo en esa hora mágica del crepúsculo. Cuando todo se baña de un naranja intenso y marca perfectas siluetas negras a contraluz, como si se tratase de un espectáculo de sombras chinescas que el mundo prepara solo para ti. Ese momento que a todos nos hace ponernos tiernos, románticos y sentimentales si se tiene la suerte de estar atento para observarlo.
Los siguientes minutos son aún mejores. Un filtro negro va aumentando y fundiendo el resto de los colores. Todos los confusos colores que llevan reinando durante todo el día comienzan a disiparse a medida que va desapareciendo la claridad latente en un extremo del cielo que todavía centellea en morados tenues mientras en el otro extremo del horizonte se muestra aquello que realmente nos envuelve en el universo; el color negro, la inmensidad, el infinito que tu pequeña cabeza no puede comprender. Y en ese momento te sientes pequeño, y solo y tienes la certeza de cual es tu lugar en el mundo.
La tierra, los árboles, las caras de las personas, edificios, bancos e los parques y macetas en las ventanas terminan todas pintadas del mismo color. Aunque estén iluminadas por las feas luces de las farolas de ciudad o por la clara luz de la luna en el campo.
Pardo dirán los demás, pero en realidad tu sabes que ese color que inunda el mundo es verde claro, metálico. El resultado de fundir plomo y echar una capa de ese tono a absolutamente todo aquello que se apoye en el suelo. Más claro o más oscuro, pero todo envuelto en ese tono metálico desgastado donde los colores diferentes no tienen cabida, donde los contornos furtivos de aquellos que aprovechan la oscuridad para esconderse te parecen tan claros.
Te acostumbraste tanto a ese tono de color que poco a poco y sin darte cuenta se lo fuiste aplicando al resto de tu vida. Los despuntes de color que te confunden, aquellas cosas que no comprendes porque eres muy torpe para medirlas, todos los intentos frustrados de poner en sintonía con alguien lo que se está viendo y la horrible y desagradable sensación de apuntar, elegir un objetivo, un color específico del patrón, un sabor o un reto que tenga un final concreto y terminar siempre dos o tres metros desviado hacia la izquierda o la derecha, dos o tres tonos por debajo del color que elegiste inicialmente, o en un lugar y con una ocupación que no querías. Lo siento, tu querías a la chica que brillaba de color rojo intenso y ahora cada vez que recuerdas tus errores sufres, lloras, gritas y pataleas porque en algún momento te pasaste varios metros y todo aquello ahora queda tras de ti. Ser daltónico y encima tener mala puntería es una putada.

¿Qué? ¿No lo entiendes? Imagina entonces que tienes un hijo de 5 años, o mejor, imagina que tú tienes 5 años. Mañana es el día de ir a la playa y justo delante del escaparate de la tienda está el cubo rojo, con su pala y su rastrillo. Y lo pides. No tienes paga, no tienes dinero ni medios propios para poder obtener el cubo. Lo único que puedes esperar es que tu madre, o la providencia, o qué se yo se apiaden de ti y te ayuden a conseguir tu cubo rojo. Finalmente sale tu madre de la tienda, lleva una bolsa con el ansiado regalo. Mañana va a ser un día de playa perfecto y empiezas a diseñar mentalmente el castillo de arena de color al pan tostado que vas a montar mientras desenvuelves frenéticamente lo que hay dentro de la bolsa... Unas putas palas de playa verdes. ¿En serio? Yo solo quería el cubo rojo...

Así que montaste tu propio crepúsculo para la vida. Ni una sola nota de color más en tu mundo interno. Nada que salga del verde metálico de plomo fundido en el que todo está controlado. No hay riesgos de elegir mal, de apuntar mal, frustrarse y sentirse la persona más torpe del mundo. Así la rutina es más llevadera y más rutina. Y al fin y al cabo te has manejado bien con ese sistema durante... mucho tiempo ya.

Y los meses fueron pasando y sumaron más de 18. Y apenas escribiste nada para recargar pilas. Y cada vez más solo ibas dejando pasar de largo a las personas que brillaban y que pasaban cerca, por miedo, porque no te apetecía descubrir de qué color estaban brillando encendidas. Y porque hasta tú mismo terminaste pintado de verde grisáceo y plomizo que no puede ni debe ofrecerse a nadie.

Yo que te conozco, y también aquella persona que sabe leer dentro de ti, te dijimos que necesitabas volver a encontrar a alguien que te entusiasmara como para que volvieras a pulir todas las cosas que llevas dentro y que puedes sacar. Todos los colores en los que puedes brillar.
(En realidad solo lo dijo ella, yo simplemente me he encargado de repetirlo porque llevaba razón)

Y de pronto, una carcajada desenredó y desmadró todo el asunto. Ésta brillaba en un tono rojo vivo e intenso, pero intenso intenso como hacía mucho que no veías brillar a nadie. Y entre risas, miradas, algún beso e ir descubriendo poco a poco, con detalles cotidianos y pequeñas confesiones cuando la noche raya el alba, el interior de la persona terminó coloreando todo lo que había a su alrededor sin que te dieses cuenta cuenta. ¡ Y vaya cuadro! Un sofá decadente, una ciudad sucia y olvidada, incluso los recuerdos de tu Madrid empezaron a contaminarse de COLOR.
Sabores sinestésicos en los detalles. Echarle sal a un día a día soso y gris... ¡No! ¡Espera! Gris no, verde, verde plomizo. ¡Y música! Música nueva y música vieja, y canciones que llegan al interior y que hacen brillar a las personas.

Así que allí estabas hace unos días. De nuevo con el cubo rojo delante del escaparate, sin mucho dinero y sin saber muy bien qué debes hacer para conseguirlo. Y con unas ganas increíbles de tenerlo entre tus manos para que haga de los próximos doce mil días otros doce mil cuadros más bonitos aún que los que ya has visto.
Esta vez tampoco hay nadie que te pueda ayudar a comprarlo así que decides que esta vez sí, que ya por fin te toca, y que esos nuevos días inundados en color que has vivido te han hecho más fuerte y capaz de conseguirlo.
    • Hola, buenas tardes. Me gusta mucho ese cubo rojo del escaparate- Dices mientras piensas para tus adentros que eres idiota y maldices haberte olvidado de asegurarle al tendero que no solo te gusta si no que quieres comprarlo, y que lo vas a cuidar muy bien y que no te importa que el cubo ya venga con una abolladura en un lado.
      • ¿Ese cubo verde? Vaya lo siento. No está en venta. Es el de exposición.

Enfundado en tu abrigo y contando las monedas de tu bolsillo sales a la calle frustrado y comienza el torrente de preguntas: “¿Ha dicho cubo verde?, está tonto, ¿No era rojo? A lo mejor se refería a otro cubo. ¿Y si vuelvo y le insisto? O entro y cuando no mire me lo llevo y ya está... No, tu no eres así.
A lo mejor es de muestra porque ya no funciona. O igual el tendero piensa que no soy suficiente para poder usar ese cubo en condiciones. Vale vuelvo y le demuestro que ese cubo tiene que ser mío. Aunque igual le sienta mal y me larga de la tienda por pesado, en cuyo caso me quedo sin el cubo seguro.
Igual lo que debería hacer es dejar,e de tonterías, crecer y olvidarme del cubo. Asumir que mañana no va a haber castillos de arena que merezcan la pena ser pintados de colores. Quizá en los tonos verdes metálicos me manejo mejor y no necesito que haya nada de colores pintando e iluminando mi vida. Al fin y al cabo nunca los he entendido bien y siempre acabo liándolo todo”

Mientras bajas la calle con el ceño fruncido y manteniendo una discusión mental contigo mismo, la conversación de una pareja más joven que tu te saca del ensimismamiento.
Son muy guapos. Van caminando despacio y muy juntos mientras sostienen una sudadera amarilla estirada sobre sus brazos. Y sonríen. Se sonríen el uno al otro con mucha intensidad, lo cual les hace parecer aún más guapos.
    • Pues yo creo que es más naranja que amarilla. Es curioso que tu y yo nunca acertamos con los colores que vemos en la ropa ¿verdad?
Vuelven a sonreír y de su duda cromática surge el beso. El beso que tu ya no vas a recibir.


miércoles, 17 de diciembre de 2014

Madrid es ella

Dos días. Solo han pasado dos días desde que escribí y ¡aquí estoy otra vez! Y supongo que debo darle las gracias a Carol que comentó enseguida el post sobre Bob Dylan. Es agradable saber que alguien se pasa por aquí. ¡Cuando tenga más trillada la canción me grabo y te la mando!

En dos días vuelvo a casa por navidad cual turrón. Con los años la vivencia de la navidad va cambiando muchísimo. De pequeño me encantaba, y a medida que fui creciendo y que las navidades comenzaron a convertirse en epocas forzadas de vernos todos y acabar tirándonos los trastos a la cabeza durante las cenas familiares fui aborreciéndola cada vez más. Ahora, que vivo a 500 km de casa me apasiona poder estar un mes tranquilo y aprovechar para ver a todo el mundo, a mi familia y a todos mis amigos que también tienen que estar en Madrid porque tambien tienen familias y navidades que celebrar.

También ocurre algo parecido con tu ciudad natal. Es la favorita cuando eres pequeño y el mejor lugar del mundo para vivir. Poco a poco la vas aborreciendo a medida que te haces mayor y sufres sus atascos, su decadencia y el millón de cosas horribles que puede llegar a tener una ciudad como Madrid. Pero cuando te vas fuera... son detalles, no es visitar el museo del Prado o tener cualquier tienda a menos de 20 minutos de casa. Es la nieve en invierno, saber que a cualquier hora del día puedes encontrar conversación por la calle, o sorprenderte de que el Rey Lagarto siga abierto en Malasaña después de tantos años sin pisar aquellos bares.


A veces te ves mostrando a alguien de fuera tu ciudad y acabas viviendo cosas que de otra manera no hubiesen ocurrido. Porque sinceramente, ¿volveríais a dedicar una tarde de vuestro preciado tiempo en ir a ver atardecer al Templo de Debod?
Y así, calle tras calle, monumento tras monumento y entre explicación y explicación sobre este o aquel lugar mi cabeza se despertó y fue analizando y saboreando detalles. Algunos devolviendome ese amor patrio por mi ciudad y sus pequeños recobecos e historias, otros detalles mostrándome que de nuevo había elegido mal momento para intentar abrir un fruto con una cascara demasiado dura, o que puede que quizá no sea para mí.

Igualmente, son demasiadas cicatrices ya como para saber que va a ser inevitable derramar alguna lágrima, y demasiadas cicatrices como para saber que hay que leerlas para no caer de nuevo en los mismos errores y poder continuar hacia delante. Sea como sea, retomo este poema, que me han dicho que es un poco cursi, pero que a mi me encanta, porque Madrid, nuevo Madrid que ahora tienes otro color, tengo más ganas que nunca de verte.


martes, 16 de diciembre de 2014

Mr Tambourine man

Cada vez pasa más tiempo entre escrito y escrito, serán etapas o que cada vez tengo menos necesidad de contar cosas. La verdad es que con el tiempo estoy aprendiendo a pasar más tiempo callado.
Sin embargo hace poco me dió por echar la vista atrás sobre este blog y he visto que muchas veces caían posts sólamente con alguna canción, porque en ese momento me estuviese diciendo algo la canción a mi.
Me apetece recuperar esa costumbre, y a ver si me animo a escribir un poco más... Y al menos cuento un poco de qué va la canción que hoy me ha dicho algo.

Llevaba varios días intentando sacar Mr Tambourine Man de Bob Dylan a la guitarra, porque es fácil, no es muy complicada de entonar y ¡qué coño! ¡Porque es un temazo!
Pero varias de las estrofas me lían al cantarla porque dice muchas frases seguidas que no entiendo bien y que no me he aprendido todavía. Así que he buscado la letra y la traducción y la verdad es que me ha flipado:




Letra en español de la canción de Bob Dylan, Mr Tambourine man (letra traducida por http://letraseningles.es)

Hey, Señor Pandereta, toca una canción para mí,
no tengo sueño y no voy a ninguna parte (sleepy).
Hey, Señor Pandereta, toca una canción para mí,
en la ruidosa mañana vendré siguiéndote (jingle-jangle). 

Aunque sé que el imperio de la noche
ha vuelto a la arena,
(se ha) desvanecido de mi mano,
me ha dejado a ciegas aquí, pero todavía no me duermo.
Mi cansancio me asombra, estoy clavado a mis pies,
no tengo a nadie con quien encontrarme,
y la antigua y vacía calle está demasiado muerta para soñar. 

Hey, Señor Pandereta, toca una canción para mí,
no tengo sueño y no voy a ninguna parte.
Hey, Señor Pandereta, toca una canción para mí,
en la ruidosa mañana vendré siguiéndote. 

Llévame en un viaje sobre tu mágico barco (swirling)
mis sentidos han sido desnudados,
mis manos no pueden sentir (lo suficiente) para agarrarse,
mis dedos de los pies, demasiado entumecidos para andar,
solo espero que los tacones de mis botas deambulen,
estoy listo para ir a cualquier sitio,
estoy listo para desvanecerme en mi propio desfile,
lanza tu hechizo de baile en mi dirección,
prometo que me pondré bajo su influjo. 

Hey, Señor Pandereta, toca una canción para mí,
no tengo sueño y no voy a ninguna parte.
Hey, Señor Pandereta, toca una canción para mí,
en la ruidosa mañana vendré siguiéndote 

Aunque puedas oír reir, dar vueltas,
balancearse locamente al otro lado del sol,
no se dirige a nadie, simplemente está escapando, en fuga.
y como salvo por el cielo no hay vallas que enfrentar,
y si oyes vagas trazas de carretes de rimas saltarinas,
al ritmo de tu pandereta,
es solo un payaso andrajoso detrás de tí,
no le prestaría ninguna atención,
lo que ves es solo sus sombras, que él está persiguiendo. 

Hey, Señor Pandereta, toca una canción para mí,
no tengo sueño y no voy a ninguna parte.
Hey, Señor Pandereta, toca una canción para mí,
en la ruidosa mañana vendré siguiéndote 

Entonces hazme desaparecer
a través de los anillos de humo de mi mente,
bajo las neblinosas ruinas del tiempo,
muy lejos de las hojas congeladas,
los hechizados, asustados árboles, fuera de la ventosa playa
lejos del retorcido alcance de las locas penas.
Sí, bailar bajo el cielo de diamante
con una mano saludando libremente.
Perfilado por el mar, rodeado por las arenas del circo,
con todos los recuerdos y el destino,
conducidos profundo bajo las olas,
déjame que me olvide de hoy hasta mañana. 

Hey, Señor Pandereta, toca una canción para mí,
no tengo sueño y no voy a ninguna parte.
Hey, Señor Pandereta, toca una canción para mí,
en la ruidosa mañana vendré siguiéndote

Bob Dylan - Mr Tambourine man 
 Pues esta noche estoy justamente así. Esperando que Mr Tambourine man me recoja y me lleve bien lejos esta noche y me haga olvidar hasta quien soy.
Toc toc, ¿algún Hombre de la Pandereta por ahí?

jueves, 28 de agosto de 2014

Motivación

Durante los exámenes de Junio escribí en una hoja de papel esto que hoy transcribo aquí y que me viene muy bien releer.

Día de recibir las notas de un examen complicado, estamos en la biblioteca estudiando un grupito de enfermeras que nos hemos hecho asiduos (Equipo biblio! Oe!). Viene corriendo otra compañera de clase y nos dice: ¡Que ya han salido las notas de fisio!. Y al momento todos cogemos los móviles o nos acercamos al ordenador de otra compi que ya está buscando el listado de calificaciones.
Mi compañera de enfrente dice que no quiere saberla, se levanta, coge su movil, lo deja de nuevo en la mesa, me mira con una risa nerviosa y me dice que le están sudando las manos. Al final la convencemos para que la mire. Ha suspendido.

Me parece curiosa está reacción. Creo que hace años yo hubiese reaccionado igual, sin embargo estoy tranquilo, antes y despues de mirar la nota . Supongo que me estoy haciendo viejo. (vale, yo he aprobado, pero lo importante es el antes y la reflexión que viene a continuación)

Tras el descanso, cotillear las notas de los demas y animar a un poco a los suspensos hemos subido de nuevo a estudiar, pero estoy descentrado y tengo hambre, así que decido perder un poco más el tiempo mirando twitter desde el teléfono haber si el resto de los compañeros han visto ya su nota y han puesto algo.

Entre los "tuits" veo a un antiguo conocido al que sigo. Es un hombre de finanzas que tiene un puestazo en una multinacional, un tiburoncete del mundo empresarial. Ese tipo de personas a las que no tengo especial aprecio, pero él en concreto nunca me trató mal, si no todo lo contrario. Le conocí en un curso de magia y varias veces me acercó a mi casa en su Mercedes (u otro coche de alta gama, no recuerdo). Me hacía gracia porque siempre me hablaba explicándome como funcionaba el mundo, como al joven ingenuo y soñador que él vería, mientras me soltaba lindeces del tipo que el cambio climático era mentira, que la tierra pasaba por períodos de glaciaciones y desglaciaciones y que el aumento de los grados de temparatura eran normales. Que reducir los humos era contraproducente para el progreso y que todo esto lo sabía y debía ser cierto porque lo afirmaba un profesor suyo de la universidad que era catedrático. ¿Catedrático de qué? ¿De Eeconomía o de Dirección de Empresas?

El caso es que los "tuits" que publicaba este gran directivo de multinacional últimamente estaban relacionados con lo entusiasmado que estaba con la pedagogía laboral y estrategias de motivación del empleado para que produzca más, sea más eficientae, aprenda inglés o chino que ahora está muy de moda y toda esa basura que hizo que odiase la pedagogía y que pone la educación al servicio de la productividad y del dinero.

Entonces he pensado en lo poco eficaz que es ese sistema, en la cantidad de libros y los rios de tinta que se han escrito repitiendo lo mismo una y otra vez (todo está inventado desde hace mucho, porque ahora lo llamen coach no significa que sea más moderno) con el objetivo de evitar que las personas se pasen las horas de su trabajo metidos en facebook y lograr que se entreguen en cuerpo y alma a oficios cuya última retribución es meramente económica. El dinero como fin de tu actividad laboral y no como recurso para alcanzar otros objetivos personales. Supongo que la mentalidad que lleva a las personas a justificar el cambio climático en pro de la productividad, o a montar fundaciones que desarrollan miles de proyectos inutiles y que nunca se llevaran a cabo para conseguir mayor financiación es la misma que lleva a escribir teorías que prostituyen la pedagogía para acumular más ceros en sus cuentas corrientes.

Tras todas estas vueltas, he levantado la vista y mi compañera, la que había suspendido, estaba enfrascada en el próximo examen con cara de interés, absolutamente concentrada. Si hubiese sido yo el que había suspendido no sería capaz de vover a volcarme en el estudio como estaba ella. Estaría enfadado, o triste y absolutamente desmotivado. Quizá esta enfermera de primero, que se ha sacado sangre con sus compañeras de piso a si misma solamente para aprender cómo se hace, sin que nadie vaya a examinarla por ello, tiene mucho que enseñar al gran empresario de éxito lo que es la motivación.

viernes, 16 de mayo de 2014

A. Gato

Cuando las cosas se complican, cuando perdemos a alguien o simplemente cuando no somos capaces de explicarnos el porqué de lo que nos parece injusto, los seres humanos recurrimos a las religiones y las creencias.

Nunca he tenido muy claro en qué creo yo. Pero me gusta coger ideas de aquí y de allá. Pienso que hay alguna especie de equilibrio que regula a las personas, no en buenos y malos, no somos tan simples, pero sí en todas las características y en lo que aportamos al mundo.
Hoy las cosas se han desequilibrado. Lo sé porque se ha marchado alguien excepcional. Una de esas personas que pueden pasar desapercibidas totalmente, pero que si miras con atención dejan una huella imborrable. Para mí una huella de cinco patas.

Dicen los hindúes que cuando mueres tienes que cruzar un puente en el que se encuentran todos los animales que se cruzaron en tu vida y que según te portaste con ellos te dejan entrar o no. Si esta historia tiene algo de cierta estoy seguro que todo lo que haya en ese puente, animales, personas, o cualquier tipo de ser al que te acercaste con tu forma de ver el mundo, estará encantado de dejarte pasar y darte una calurosa bienvenida.

Nuestras vidas se cruzaron durante poco tiempo, y el motivo por el que llegaste a mi fue por realizar la acción más grande que puede pretender el alma humana. Ayudar a los demás, cuidarles e impulsarles para que pudieran llegar a ser más de lo que son y acompañar su crecimiento.
Por eso viajabas de asociación en asociación cuidando de los demás, de los que más lo necesitaban. Por eso aprendiste a comunicarte con los que no podían oír. Por eso tus furtivos comentarios capaces de sacar una carcajada a cualquiera que estuviese atento para oírlos. Por eso tu ,mano tendida, tan sincera y tantas veces en aquel ajetreado Arcas.

Por todo eso creo que se nos queda este mundo un poco más descompensado, y no voy a martillearme pensando en lo injusto que es que te hayas tenido que marchar tan pronto, porque de verdad que pienso que tú no querrías eso, y hay que ponerse manos a la obra para compensar todo ese trabajo que hacías tan bien. Va a ser difícil, pero me reconforta pensar que vayas a donde vayas ahora seguro que te pones a montar una asamblea para organizar a todo el mundo y entre todos dar cariño y ayudar a los que lo necesiten. Esta vez, como en todas las anteriores, se que puedo confiar en ti y en que harás un trabajo brillante.

Adiós amigo, buen viaje y hasta la próxima asamblea.