Esta mañana me desperté y no vi a
nadie, me tomé un café y salí de casa. Un whatsapp de buenos días
fue el contacto social que tuve.
El conductor del autobús no me
devolvió el “buenos días” que acostumbro a dar, ni tampoco dijo
nada la chica a la que sujeté la puerta del metro de Gregorio
Marañón. Iría con prisa a la facultad de Industriales.
El portero del edificio donde trabajo,
que suele preguntarme que tal me va, no estaba hoy.
En la oficina un cortés buenos días y
a penas tres o cuatro frases cruzadas con mis compañeros sobre temas
de trabajo.
Varias conversaciones por el chat de
gmail, por whatsapp, un email, comentarios en fb y de vuelta a la calle a buscar un
sitio donde ir a comer. Solo.
Me planteo incluso sentarme a comer con
un anciano que está en una mesa cercana a mi mientras come y lee el
periódico. Pero me parece exagerado y su mujer llega justo a tiempo
para sentarse con él y quitarme semejante idea de la cabeza.
Los camareros, muy eficientes en su
trabajo, todo sea dicho, tampoco podían atender mis ansias de
conversación. Ni si quiera para decirme cual era su opinión sobre
si la tarta de queso era mejor que la de chocolate. Al final la de
queso no estaba tan mal.
De vuelta a la oficina. Ya no queda
nadie en ese piso que hora tras hora va convirtiéndose en un horno.
Intento verme un capítulo de una
serie, no es una conversación, pero puede ser un buen sustituto,
pero no carga los vídeos largos. Así que empiezo con el trabajo.
Mientras pasa el tiempo espero
impaciente que venga la señora de la limpieza, que raja por los
codos, y alguna tarde que me he quedado a adelantar trabajo no ha
parado de hablar durante la hora que pasa en la oficina.
Suena el telefonillo. Una mujer que
tiene una reunión con un tal Pedro. La abro y que suba. No me suena
que haya reunión hoy, pero por aquí pasa tanta gente que nunca se
sabe.
- Pasa, imagino que llegarán enseguida.
- Si, había quedado a las 17.00 y llego 20 minutos antes.
- Perfecto pues entra y espera en el salón. ¿Quieres un café?
- No gracias, ya espero aquí.
Otra negativa de posibilidad de
conversar con alguien. Me voy a trabajar y a las 17.30 me acerco a
preguntarle a la mujer: ¿Exactamente con quién has quedado?
Después de llamar por teléfono y
darse cuenta de que se ha equivocado de piso, me devuelve el teléfono
y sin mediar palabra se da la vuelta y se marcha.
La hora siguiente es especialmente
aburrida porque ni siquiera consigo concentrarme en el trabajo y no
avanzo nada de lo que tengo que hacer. Me quiero ir a casa. Allí
también estaré solo, pero al menos puedo tocar música.
Me giro y me miro en el espejo que
queda a mi izquierda. Tengo la cara quemada por el fin de semana en
la sierra y he descuidado la barba que ya está algo larga. Eso unido
a mis greñas y a mi ropa rota y cochambrosa de siempre me da un aspecto de naufrago
que resulta bastante insultante dada la situación del día.
Desisto, ya ni siquiera me apetece dar
otra oportunidad a una ciudad que tiene tanta gente y es capaz de
hacer sentir tan solos a tantos. Vuelvo para casa a meterme en mi
agujero, mi rincón del mundo donde nadie entra si yo no lo permito,
y no sujetaré la puerta a nadie en el metro ni saludaré a los
conductores de autobús. Lo has conseguido Madrid, por hoy me has
convertido en uno de tus monstruos.
Pero solo por hoy...