Observar la linea de flotación de una
barca de madera, pequeña y ya despintada, mientras las olas del mar
la mecen hipnóticamente arriba y abajo y te envuelve un olor a sal,
yodo, peces y veinte mil leguas de viaje submarino transportadas por
el viento en una sola bocanada y el sol de verano calienta tu espalda
a la vez que escuchas como rompen las olas lejos, detrás de ti.
Dormir bajo las estrellas, sin frío,
notando la hierba fresca de algún prado del norte de España y
poniendo mucha atención en escuchar el sonido de la inmensidad del
universo mientras gira y por tu cabeza pasan los recuerdos de haber
cantado alrededor del fuego hasta no poder más con las personas a
las que más quieres en el mundo. Y en efecto, a tu lado la persona a
la que más quieres girada hacia ti.
Notar como el viento helado te agita
sin compasión mientras tus manos palpitan en una mezcla de dolor,
frío y gusto por la recuperación del descanso al meterlas en los
guantes otra vez. A la vez tus ojos contemplan el pequeño punto en
el mapa desde el que partiste, la altura que has ascendido y el bello
y feroz mar de hielo y rocas que superan a las nubes en altura contra
el que te has batido y se ha dejado ganar. Sentirte muy pequeño y
muy tenaz.
Un orgasmo.
Acompasar los dedos, las cuerdas que
aprietas y frotas o golpeas, pensar en el sonido que tiene que venir
después y hacer que suene exactamente como en aquel disco, elevar la
voz y cantar alto mientras te sorprendes de las excepcionales veces
en las que cantas afinado y te sale buena voz, y dejarse arrastrar
por las melodías y los sonidos armónicos que golpean a tu cerebro
cambiando el estado de ánimo con la tranquilidad de que tienes
horas y soledad para seguir así cuanto quieras, tocando nada en
concreto.
Ver-te sonreir-me. Ir notando que en el
juego del cortejo, a pesar de mi torpeza en este aspecto, estoy
ganando la partida y que me devuelves y me ofreces las ocasiones.
Rozarte, cruzar miradas, darte un abrazo y oler a ti durante el resto
del día, y los sublimes 5 segundos antes del primer beso mientras
los dos nos miramos los labios.
Mirar el reloj y pensar que es una
broma y que alguien ha tenido que mover las manecillas mientras
teníamos esa conversación en aquel banco y pensar que aunque la
bronca de nuestros padres va a ser monumental, será más placentera
porque va a ser compartida en dos casas diferentes y por la tarde
volveremos a hablar del mundo y a planear una nueva putada para el
portero de nuestro edificio.
Mirar el fuego ardiendo y bailando,
tener la espalda fría por el viento que entra entre los tablones y
las rendijas de ese refugio de montaña y la cara hirviendo por lo
cerca que nos hemos puesto de la hoguera. Empezar a cantar, 40 o 50
personas mirando al mismo punto y sentir que ese momento es vuestro y
que nadie más en el mundo puede comprenderlo.
Coger la mano de un paciente, hacer que
las sensaciones traspasen el guante de nitrilo, calmarle, establecer
una relación íntima y fugaz durante a penas 40 minutos o una hora.
Tener la certeza de haber ayudado a alguien e incluso de haberle
salvado la vida y recibir en el momento de la despedida un sincero y
a los ojos “Gracias”.
Darte cuenta de que se ha hecho de día
y que todavía quieres seguir leyendo.
Flotar boca arriba en el agua.
Saltar desde un puente hasta un río.
Acariciar a un animal.
Hacer rappell.
Despertarte solo sin que nada ni nadie
lo haga.
Ganar un combate.
Que me digas que me quieres.
Y que en todos esos momentos no te
importe nada más en el mundo.